En el altar del pensamiento, la religión,
es un velo que cubre el uso de la razón.
La Iglesia llama al sentir, no a la mente,
donde el fuego del saber se torna ausente.
Antaño, los sabios en llamas ardían,
mientras los hombres del dogma se reían.
Hoy, los que no creen, son ecos lejanos,
marginalizados, en silencio, por paganos.
Jesús entre pescadores dejó sus ideas,
sermón populista para almas hebréas.
No en la humildad, sino en la ignorancia,
halló en sus manos el arte de la confianza.
La jerarquía existe como el tiempo aquel,
un reino de fieles bajo el mismo laurel.
¿Y la democracia? Un eco distante,
una ilusión ajena, un canto vacilante.
Dos mil años en un suspiro anclados,
monopolio del perdón, cielos soñados.
El cielo promete un chalet sin hipoteca,
tierra de paz, pero con sombra seca.
Los islamitas, astutos en su canto,
incrementan la oferta, sin quebranto.
Deseos sin fin, cuerpos rejuvenecidos,
un festín eterno, placeres queridos.
Un choque de fe, es dura la comparación,
el cristianismo confía en la oración.
En un paraíso gris, lleno de fervor,
frente a la lujuria del Edén superior.
Desde Pablo hasta hoy, suelen hacer,
cristianizar, con ansia de poder.
Un dominio encubierto,
sin piedad y sin concierto.
Fundamentalistas en un mundo dividido,
sectas que florecen, en caos hundido.
El hombre, pensante, busca respuestas,
renunciando a tradiciones, cerrando puertas.
Los antiguos dioses se hacían presentes,
sin intermediarios, con vínculos latentes.
Pero el Constantino, que era muy astuto,
transformó el milagro en poder absoluto.
Así se sometió el libre pensar,
en nombre de Dios, la razón a callar.
Con sangre y lágrimas, no hay memoria,
el desarrollo un atraso según la historia.
Dama de dos caras, religión y razón,
en el vaivén del tiempo, que busca redención.
Que el fuego del saber vuelva a resplandecer,
y en cada corazón haya un nuevo amanecer.
J. Plou
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