En mi pueblo que ya no existe,
pueblo de la España vaciada,
aúlla el viento por los viejos tejados,
por los muros ruinosos y la oxidada veleta.
El roble esconde su contorno en la niebla
y el arroyo ensordece los valles desolados.
Los nogales sacuden sus mil hojas,
anunciando el otoño en los campos aún verdes.
Las nubes se asientan como un trono solemne
sobre la silenciosa calma de las montañas.
Las hojas despojadas por la tormenta,
en las aguas del río se destiñen y flotan.
En los rosales queda todavía una rosa
y al aspirarla mi alma se inunda de tristeza.
Y no sé si esa rosa solitaria y tardía
es acaso la pena que quedó aquí una tarde,
cuando marchó su último habitante
y que luego en silencio dio un aroma suave
y ahora me pone triste después de tantos años.
No lo sé... Sin embargo, me detengo en la puerta
de mi casa en ruinas perdida entre los montes
y la sombra angustiosa de los próximos bosques,
trae a mi memoria la vida en mi amado pueblo.
He cruzado el umbral... Con ansiedad recorro
el patio oscurecido con sus plantas de musgo.
El suelo está mojado. Los muros están húmedos.
En las ventanas se refleja el sol de la tarde.
Al llegar al dormitorio que se abre al campo
por un balcón con cortinas de nubes
me trae los recuerdos más dulces.
Oh pueblo en ruinas al borde del torrente
que un solo rosal tienes y una rosa tan solo
¿por qué mi corazón lo mismo que un arroyo
quiere besar tus pobres paredes derruidas?
J.Plou
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