Marchaba por la abrupta serranía
el tren con rauda y sonora marcha,
y el trigo sobre la verde pradera,
en la tarde otoñal languidecía.
Iba pensando en ti, como solía
cuando el dorado sol,
sobre el mar caía.
Eras entonces para mí,
un tesoro de ternura y piedad.
Cándida y buena,
para el árido yermo de mi pena,
y brotar hiciste al manantial que calma
y que al enfermo corazón devora,
y pusiste en la noche de mi alma
todas las claridades de la aurora.
Iba pensando en ti, como solía
bajo el azul del cielo
y sobre el mar,
al despedirse el día.
Y cuando por la abrupta serranía,
llegó la sombra con crespón de duelo,
le dije mi dolor al Cielo...
Y el Cielo,
mas lejano que el mar,
ya no me oía.
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