
Luché contra el sueño y la fatiga,
contra la ira sin fin y el desarraigo.
Escudriñé, escarbé sin ninguna duda,
entre mi débil memoria para recordar,
un solitario día, apenas un instante
en que pude decir: siempre te amaré.
Tu latido es el mío. Allí donde comienza
ese deseo intenso al que nombramos vida,
allí, resplandeciendo en los días distintos,
en la ardiente espesura de mi asombro,
con el sí, con el no del abismo o la suerte,
silenciosa me esperabas como el árbol,
que sostiene esa fruta de la esperanza.
Mi mirada te invoca en el presente,
en el rumbo de cualquier lejanía,
de ese mar que me canta y me seduce,
con los ojos vehementes del relámpago.
Eres sed del edén que yo percibo
y, en los acordes de tu voz perenne,
permaneces con la música aterida
a mi alma y a mis venas.
J. Plou
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