martes, 1 de julio de 2025

EL AVARO

En la sombra acecha el avaricioso,

con manos heladas y corazón de piedra,

su amor propio es su único lazo,

pues al mundo ajeno todo le niega.


Acumula riquezas, tesoros sin fin,

con brillo en sus ojos que nada le otorga,

desprecia al prójimo en su voraz festín,

pues solo en oro su alma se ahoga.


La avaricia, madre de todos los males,

no es la prudencia de ahorrar con pasión,

sino el hambre insaciable de caudales,

que convierten la vida en pura ambición.


Amasa y amontona, como si pudiera llevar

su fortuna a la tumba, su lecho final,

pero en su anhelo no sabe de amar,

y en su soledad olvida que es mortal.


El ser que se aferra a tener sin cesar,

es prisionero eterno de su propia ambición,

mientras que el que da, aunque poco posea,

es dueño del mundo y vive en conexión.


¡Oh, avaro! Tu riqueza es un peso que hiere,

el oro en tus manos jamás te hará libre,

quien comparte su pan es quien verdaderamente

disfruta de la vida, su esencia sublime.


Cuando el alma se cierne sobre el material,

y el corazón busca en su viaje interior,

se descubre la paz que no da el capital,

pues el amor es el oro, el calor.


Así, en equilibrio y con justa medida,

si cada cual toma solo lo necesario,

habría en el mundo más paz y vida,

y el avaro, hallaría su relicario.


Al final, en su odisea de acumular,

siempre será triste, nunca conocerá,

que el verdadero tesoro no es poseer,

sino dar y compartir, y así, ¡ser feliz!

J. Plou


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