
En el corazón de la comarca del Bajo Aragón, se extiende un rincón de España donde las aguas del Ebro fluyen con calma y sabiduría. Escatrón, un pequeño pueblo que parece haber detenido el tiempo, se asienta orgulloso a la orilla de este majestuoso río, custodiado por montañas que se dibujan en el horizonte como antiguos centinelas.
Una mañana de primavera, con el sol asomando tímidamente entre las nubes, decidí aventurarme a explorar el camino que serpenteaba junto al Ebro. Con mi cuaderno en mano, me senté en una roca plana, rodeada por el murmullo del agua y el canto de los pájaros que anidaban en los álamos. Cada año, el río traía consigo historias, ecos de generaciones pasadas que habían visto crecer a Escatrón desde sus humildes inicios.
Mientras escribía, comencé a recordar las leyendas que mi abuela me había contado sobre el Ebro. Se decía que el río era un guardián de secretos, un testigo mudo de amores perdidos y sueños olvidados. Las corrientes, con su incesante movimiento, parecían susurrarme relatos de pescadores que arrojaban sus redes en busca de fortuna y de campesinos que cultivaban las tierras fértiles a su lado.
Un destello de luz en el agua me sacó de mis pensamientos. Era un grupo de niños que jugaban a la orilla, atreviéndose a desafiar las frías aguas en busca de pequeños peces. Sus risas resonaban en el aire fresco, recordándome que, a pesar del paso del tiempo, la vida seguía floreciendo en este rincón del mundo.
Me levanté y me uní a ellos, dejando el cuaderno a un lado. Juntos, chapoteamos y nos dejamos llevar por la alegría del momento. En ese instante, comprendí que el Ebro no solo era un río; era el alma de Escatrón, un hilo conductor que unía la historia con el presente, donde cada gota narraba una parte de la identidad del pueblo.
Tras un día lleno de risas y nuevas amistades, regresé a casa con el corazón colmado de recuerdos. Sentado en mi habitación, abrí el cuaderno y escribí sobre cómo el Ebro no solo esculpe el paisaje, sino también a las personas que habitan en sus márgenes. Sabía que, mientras el río siguiera fluyendo, las historias de Escatrón seguirían vivas, tejidas en la corriente que arrastra sus aguas hacia el infinito.
Así, en cada visita al Ebro, entendí que ser parte de Escatrón significaba formar parte de un relato interminable, donde la naturaleza y los hombres compartían un destino común, uno que se contaba al ritmo de las olas y los murmullos del viento.
J. Plou
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