Tus manos, tan acariciadoras,
tan bellas, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las que aman,
las que todo lo dan y nada reclaman!
¡Las que por aliviarme los dolores,
me sacan las espinas con amores!
Para el ardor ingrato de mis penas,
siento alivio con esas dos azucenas.
¡Cuando la vida deja mis carnes mustias,
son dos milagros apaciguando angustias!
Y cuando me acosan las maldades,
son alas de paz sobre mis tempestades.
Ellas son las celestes; las milagrosas,
porque hacen que en mi sombra florezcan rosas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
Yo que llevo en el alma dudas escondidas,
cuando tengo la ilusión y las fuerzas caídas,
¡Tus manos aquí en mi pecho son,
como dos alas sobre mi corazón!
¡Tus manos saben borrar tristezas!
¡Y perfuman con purezas!
J. Plou
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