Jamás veré de nuevo
el verdadero rostro de mi tierra :
ya perdí para siempre
la mirada pura de los niños.
Cuando yo era pequeño,
yo jugaba; luego tenía hambre.
Mi madre cortaba una rebanada de pan,
la espolvoreaba de sal,
la rociaba de aceite;
Con esa sal me bastaba
para aspirar el viento de la odisea;
estaba allí, con el perfume de la mar;
con ese pan y ese aceite,
allí, en estos campos de trigo verde,
bajo los olivos.
Así se aguzó el hambre ardiente de mi corazón.
¡Nunca bastante de ese pan...
Nunca bastante de esa sal,
de ese aceite, madre mía!.
Con mis alegrías,
con mis penas,
yo he mascado pedazos de mi tierra;
y ahora...
La línea de donde se hace la justa partida,
la línea más allá de la cual dejo de ser yo,
para atravesar la ola ondulada de las colinas,
esa línea está escondida,
en las ramas de mis venas,
en las hojas de mis músculos,
en la hierba de mi sangre,
en esa sangre verde que hierve
bajo el pelo de mi pecho.
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