Con pasos presurosos,
ando por sendas lejanas;
por parajes silenciosos,
por aldeas serranas
y pueblos hermosos.
Tras las montañas orientales,
surge de pronto el sol, con llama roja
llamarada de incendios colosales,
ríos de lava incandescente arroja.
sobre los abruptos peñascales.
Entonces, de los flancos de la sierra
bañada en luz, del robledal oscuro,
del espantoso acantilado muro
el paso estrecho a la hondonada cierra;
de los profundos valles, de los lagos
azules y lejanos que se mecen
blandamente del aura a los halagos,
y de los matorrales que estremecen
los vientos, de las flores, de los nidos,
de todo lo que tiembla o lo que canta,
una voz poderosa se levanta
de melodías, sollozos y gemidos.
Abajo, entre la malla de raíces
que el tronco de las ceibas ha formado,
grita la urraca y se oye en el sembrado
cuchichear a las tímidas perdices.
Se mezclan aquí sus ruidos y sus sones
todo lo que voz tiene: la corteza
que hincha la savia ya, crepitaciones,
su rumor misterioso la maleza
y el clarín de la selva sus canciones.
Y a lo lejos, muy lejos, cuando el viento,
que los maizales apacible orea,
sopla del viento, se oye el acento
y alboroto, loco de contento,
suena la campana de la aldea....
¡Es que también se alegra y alboroza
el viejo campanario! La mañana
con húmedas caricias lo remoza:
Sostiene con amor la cruz cristiana
como crespón que le presta el cielo
y en torno de la cruz las golondrinas
cantan, girando en caprichoso vuelo.
J.Plou
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