Un amigo mío dice que no llega a entender,
no sabe interpretar la mirada de una mujer,
y yo le digo: es como un jeroglífico,
tan difícil de resolver.
Nadie como un hombre con su alma enamorada,
puede apreciar el valor de una simple mirada;
un guiño del destino que envuelve los corazones,
un susurro profundo que despierta las emociones.
Para quien ama, esos ojos alcanzan,
unos sentimientos que danzan,
como el viento que arrastra las hojas
y las ilusiones florecen como rosas.
¡Ah! Dicen tanto unos ojos de mujer,
que al enfrentar la mirada en todo mi ser,
siento un rayo de luz que ciega mi razón,
lo reconozco: soy prisionero de su visión.
La mujer que sabe mirar, yo considero,
que conoce los resortes del amor verdadero,
pues en sus pupilas secretos se esconden
y los ecos de su alma, con amor responden.
Hay miradas que abrasan, robando el aliento,
nada habla tanto al espíritu en un momento,
que en ese instante mágico, tan fugaz,
un corazón ardiente descubre su paz.
No soy capaz ante los ojos de mujer,
las letras de mi verso leer
La poesía y prosa, la risa y el llanto,
todo se entrelaza en un mudo encanto.
Así, en el vasto universo de la mirada,
quedamos atrapados, soñadores errantes,
pues en cada parpadeo, de la mujer amada,
habita el poder de unos ojos brillantes.
J. Plou
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