
En su consultorio, luz de esperanza,
con manos de oro y un corazón de roble,
el médico escucha, siempre tan noble,
susurros de vida que el alma lanza.
No importa el reloj, su tiempo no alcanza,
pues él controla cada latido.
Con ciencia y amor, cura al herido;
en la piel de otros, su vida avanza.
Paciente y tierno, atiende a tus males,
sin prisa ni sombra, con gesto sereno,
sus palabras son bálsamo y consuelo.
Excelso guardián de los bosques y valles,
por él florece el amor cotidiano,
su dedicación, un eterno regalo.
J. Plou
Dedicado a mi doctor: Josep Serra Tarragón
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