miércoles, 27 de enero de 2021

Ven dulce amiga


Amada mía, dulce amada mía,

acompáñame, ven, dame tu abrigo,

quiere mi alma tenerte por testigo,

en la desolación de su agonía.

Ven, acércate , mira la llanura

cómo se alarga y entristece, mira

cómo la luz en el ocaso expira,

mira cómo la sombra se apresura.

¿Ves ? Ya todas las cosas se oscurecen,

la voz del viento despide con demencia

y hasta los mismos árboles parecen

a los cielos pedir clemencia.

En lágrimas las nubes se deshacen,

lejos canta la mar su miserere,

allá en el cielo, las estrellas nacen;

aquí en el alma la ilusión se muere.

Por sobre la montaña rumorosa,

donde parece que las sombras gimen,

la luna, esa bohemia luminosa,

asoma cadavérica y medrosa

como si hubiera cometido un crimen.

Una enfermiza claridad embarga

la transparente superficie del río,

y el río suavemente se aletarga,

como bajo un narcótico de hastío.

Por entre un roto de la techumbre,

con nervioso fulgor tiembla un lucero,

que se me antoja un mudo compañero,

de mi desconsolada pesadumbre.

Ese lucero de reluciente plata,

tal vez llora la fuga de una estrella,

como la mía... pomposamente bella;

mas también despiadadamente ingrata.

Ese lucero... en mis desolaciones,

vierte como relámpagos de calma;

ese lucero debe ser el alma,

de alguna de mis muertas ilusiones.

Me duele el corazón, amiga mía,

y siento ganas de llorar... Si vieras

cómo se multiplica en mis riberas

¡el ave gris de la Melancolía!

Ven, dulce amiga, a mitigar mis duelos,

es un pálido enfermo quien te llama;

le han herido... y agónico reclama

la cristiana piedad de tus consuelos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario