Es ella, dulce como el sueño
que una tarde forjó la Inspiración.
Con el encanto de su rostro risueño
como la sombra de una tierna emoción.
Guarda el vago perfume de una rosa
en el vaso de oro de un católico altar;
tiene la indefinible fragancia milagrosa
de las santas mujeres nacidas para amar.
Las palabras, son rezos en su boca;
su mano delicada, cura cuanto toca
y, al hechizo divino de su blanco reir,
se vuelven jazmines las agudas espinas
y a sus hombros llegan las golondrínas
que endulzan el divino vivir.
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