Con transparente quietud,
frente a la arena desecada,
con aridez que es calcinación,
se abre el Mediterráneo.
Hay pino bajo y crece el tomillo
y el fiel romero que apenas huele
si no es a salitre.
Quema la tramontana. Cae la tarde.
Y la orilla, se tiñe verde esmeralda,
así como cornisas, y acantilados,
de milenaria permanencia.
Aquí junto al mar su secreta ternura
es demasiada hermosura para el hombre.
Antiguo mar latino que hoy no canta,
ruge apenas, susurra, prisionero
de su implacable poderío,
sin oleaje, casi en silencio,
mientras el cielo se oscurece y llega,
maciza y seca, la ocasión para amar.
Entre arenas piedras y espumas,
¿Qué nos serena, qué nos atormenta:
el mar terso o la tierra desolada?
J. Plou
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