Volver a verte no era sólo
un ligero y constante empeño,
sino anudar, dentro del alma,
el hilo roto del ensueño.
Volver a verte era un oscuro
presentimiento que tenía
de hallarte ajena, y sin embargo
seguir creyendo que eras mía.
Volver a verte era el milagro
de una dulce convalescencia
cuando todo, al alma desnuda,
vuelve más bello de la ausencia.
Volver a verte, tras la noche
impenetrable del abismo,
era hallar en tus ojos una
imagen vieja de mi mismo.
Y encontrar, en el hondo pasado,
días más bellos y mejores,
como esa carta en cuyos pliegues
se conservan algunas flores.
Volver a verte era mostrarme
la pena que está congelada,
como bruma de tarde hermosa,
en el azul de tu mirada.
Porque yo miraba en tus ojos
un cielo de cosas pasadas,
como en el alma de las grutas
se ven ciudades encantadas.
Y porque vi tu clara imagen,
entre un haz de luz serena,
como jamás, a ojos mortales,
se apareció visión terrena.
Volver a verte era un oscuro
presentimiento que tenía
de hallarte ajena, y sin embargo
seguir creyendo que eras mía.
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