Era una tarde de agosto y el aire
un susurro dorado que iba ardiendo
en las copas de los árboles,
y en las aceras, aquella tarde naranja.
Unos hombres de otro tiempo
distante de este sol que se deshace
vinieron en mi busca, en otro ocaso
solo querían escucharme.
Y bajaron del alto de la Muela.
Divisaron de lejos el cáñamo
y el lino naciendo sobre el muro;
era también un atardecer de agosto
y en el aire bailaban las palabras
y mi verso latía entre las copas rojas.
Yo estaba allí esperándolos,
con mirada gris de tardes largas.
Y todos acudían a oír,
mis sueños peregrinos.
Y bajaban del alto de la Muela,
para poner mi nombre a la ermita.
J, Plou
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