¡Espabilad, sentidos míos: tacto, vista, oido!
He escalado la montaña y estoy en pleno Cielo,
la tierra bajo mis ojos. ¡0h, cómo me alegra!
¡Vaporosa, y visible, más allá de las brumas!
La curva de un valle ha hecho latir mi corazón.
Y siento que hoy es mi mejor día.
Veo la llanura, a lo lejos, vibrante,
como un sonido de una campana;
los sembrados, heridos por el Sol, resuenan.
Un campo de amapolas es como una nota más fuerte.
Hasta donde el Cielo se junta con la tierra,
la vibración recorre la sábana inmensa,
de las espigas que tiemblan.
¡Cuánto amo el suave balanceo del trigal!
Y el confín de la llanura agoniza como un sonido.
¡La tierra, la veo! ¡La tierra, la oigo!
La tierra bajo mis ojos, está viva en mi oído;
rítmica y musical, es todavía más bella.
Sus gradas azules descienden, vuelven a subir, reposan.
Una última meseta de brezos sobre la llanura,
y luego es la llanura con sus mieses.
La tierra vive bajo mis ojos, musical y rítmica,
y, tal como yo la oigo, más musical todavía.
Quisiera con mis dedos acariciar la naturaleza,
como un bello instrumento que responda a mi ensueño.
¡Hacer surgir de una encina un sonido.
Yo les haría cantar a los grandes trigos,
si pudiesen entenderme como los vientos dichosos;
buscaría la tierra, en su murmullo.
Quisiera con mis dedos acariciar la naturaleza.
Pero, la naturaleza está en el umbral de mi corazón.
La Tierra y el Sol tienen la misma cadencia,
rimada al unísono con los latidos de mi vida.
La luz del día me penetra, ¡oh mi vida!
Entra en mí como una recompensa.
La tierra y el sol están en mí
y toda la naturaleza ha entrado en mi corazón.
Mi corazón está ebrio de gozo.
La emoción se propaga por la tierra,
en un gran viento de alegría.
Los trigos se abrazan
y en las praderas encantadas los álamos se mueven,
a merced de los vientos de estío.
Mi corazón tiene la naturaleza entera por imperio.
Se ha fundido en ella y ella en él.
¡Oh! vivir así, mecido por el movimiento de los árboles...
Los hombres serían dioses si quisieran escucharme,
dejar vivir sus sentidos, en el viento sobre la tierra,
en pleno Cielo, y lejos de ellos! ¿Por qué no lo intentan?
Todo el universo entonces seria un alma esparcida,
su corazón inagotable.
A su alcance está el medio de ser dichosos.
¡Deja pensar a tus sentidos, hombre y serás feliz!.
¡Oh! Tierra, mi corazón, está ebrio de gozo,
desciende con tus nieves, crece con tus vientos;
que los torrentes se despeñen; que ese río desborde;
que yo escuche en mi corazón el canto de las aguas!
Mis manos acarician el horizonte suave y ágil,
donde oscila el tapiz de los sembrados,
(onda pálida bajo el cielo azul).
Y la misma caricia está en mi, como música celestial.
He escalado la montaña; mi vista cae del Cielo.
La Tierra y el Sol son la misma patria:
pero la Tierra es mi dulce objeto de frenesí.
¡Oh! que bella es la Tierra a merced de mis sentidos!
En su aire cristalino se destacan aldeas.
¡Techos rojos, notas claras de los valles!
Y los campanarios de pizarras, al sol,
tienen el reflejo de garganta de tórtola...
J. Plou
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