Nos amábamos en la oscuridad,
nuestros cuerpos parecían fantasmas.
Nos amábamos y en el cuarto,
los vestidos vacíos eran como los árboles
desnudos del jardín en un día de otoño.
Pero nos amábamos procurando
que nada separase nuestros cuerpos.
No hacía falta hablar. Lo habíamos dicho todo.
Sólo los ojos parpadeaban a veces
sin luz, buscando los contornos
del otro cuerpo amado. y luego
nos estrechábamos de nuevo
y se enlazaban nuestros labios ansiosos
buscando la carne y el cuerpo no quería
perder el otro cuerpo. Y el tiempo aceleraba
el corazón y se oía una música lejana.
Nos amábamos. Inventábamos la razón de existir.
Nuestras bocas respiraban con el nuevo compás
y las manos yacían, ya agotadas, sobre el cuerpo.
Fuera quedaba todo. La vida era el amor.
Lo real era el cuarto, con sus lámparas a media luz,
al fondo, un espejo, un viejo reloj
que marcaba siempre la hora de llegar.
Nos amábamos. Todo estaba muy claro.
Sobre todo, nos seguíamos amando.
J. Plou
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